Veamos su utilidad en el siguiente ejemplo:

Imagínese que está usted caminando tranquilamente por una calle cualquiera de su ciudad. Es de noche y la calle está desierta. De pronto, de un callejón cercano, sale un hombre corpulento con la cara tapada con un pañuelo y amenazándole con una navaja le pide que le entregue todo lo que lleva encima. Veamos lo que usted probablemente puede sentir:

  • Experimentará una serie de sensaciones corporales: su corazón latirá más deprisa, sus pupilas se dilatarán, respirará también más deprisa, empezará a sudar, su boca estará seca…
  • Por su cabeza pasarán rápidamente una serie de pensamientos: “Si no se conforma con lo que tengo me clavará la navaja”, “Voy a morir”, “Tengo que salir de aquí”…
  • Actuará de alguna forma: saldrá corriendo, le dará todo el dinero, le atacará, se quedará quieto (incluso el hecho de quedarse quieto implica una reacción).

¿Cree que todos estos cambios le serían útiles en esa situación?, o dicho de otra forma, ¿qué ocurriría si no se produjera ninguna reacción? Su cuerpo, ante la presencia de esa situación amenazante o peligrosa (un atraco) reacciona con una respuesta de miedo. Esa respuesta, ¿le sirve para algo?

Vamos a imaginar otras situaciones que podrían resultar amenazantes o peligrosas. Intente pensar en lo que sentiría:

  • Imagine que va conduciendo, se despista y, de repente, se sale de la carretera. En ese momento:

¿Qué sensaciones corporales experimentaría?

¿Qué pensamientos le pasarían por la cabeza?

¿Qué haría?

  • Imaginemos otra situación. Está esperando para hacer un examen oral y oye su nombre:

¿Qué sensaciones corporales experimentaría?

¿Qué pensamientos le pasarían por la cabeza?

¿Qué haría?

  • Imaginemos otra situación. En su trabajo le han ascendido y tiene que organizar completamente un importante departamento. Es el primer día que se enfrenta a la nueva tarea.

¿Qué sensaciones corporales experimentaría?

¿Qué pensamientos le pasarían por la cabeza?

¿Qué haría?

La conclusión a la que podríamos llegar es que el miedo o la ansiedad pueden ser útiles a la hora de enfrentarse a una situación amenazante, peligrosa o, simplemente, difícil. En el ejemplo del atraco, que el corazón lata más deprisa sirve para bombear más sangre, con el fin de que llegue más rápidamente a los músculos de brazos y piernas; que las pupilas se dilaten sirve para tener una visión lo más clara posible de la situación, etc. La conclusión que podemos sacar es que el miedo o la ansiedad son respuestas “adaptativas”, es decir, tienen una utilidad, sirven para algo.

Usted se preguntará: “Pero si la respuesta de miedo o de ansiedad es útil y adaptativa, ¿por qué a mí me resulta tan desagradable hasta el punto que interfiere en mi vida normal y me produce un gran malestar?”.

La respuesta es la siguiente: la ansiedad o el miedo resultan útiles cuando nos enfrentamos a verdaderas amenazas, tanto físicas (por ejemplo, el atraco), como sociales (por ejemplo, presentarse a una entrevista para un trabajo). En ese tipo de situaciones, un cierto grado de miedo y/o de ansiedad es útil porque nos pone alerta y podemos prepararnos para enfrentarnos a ellas.

Como ya hemos dicho, si nos enfrentáramos a esas situaciones sin experimentar ningún miedo o ansiedad, segura­mente no obtendríamos buenos resultados.

Sin embargo, cuando la reacción de miedo o ansiedad es desproporcionada con relación a la intensidad del peligro, o cuando no existe un peligro real, nos encontramos con una reacción inútil y que, en lugar de ayudarnos, nos causa problema. Para entenderlo mejor, pensemos en el siguiente ejemplo:

Si me enfrento a un perro rabioso mi respuesta de miedo resultará muy adaptativa y me preparará para hacer frente al perro de diversas formas: quizás consiga escapar corriendo; o pueda encerrarlo en algún lugar; o, incluso, matarlo si no hay otro remedio. Recordemos que una reacción excesiva puede resultar muy perjudicial. Si mi miedo es tan intenso que se convierte en terror quizás me quede paralizado y no pueda reaccionar de ningún modo o, simplemente, me ponga a gritar y a correr sin saber adónde ir ni qué hacer.

Ahora bien, si me enfrento a un pequeño caniche parece claro que la respuesta de miedo tiene poco sentido. Se trata de una reacción desproporcionada, ya que no existe un peligro real. Ya sabemos que en este último caso estamos ante una fobia, esto es, una respuesta sin sentido y ninguna utilidad. Lo vemos más claro con el siguiente ejemplo:

Imaginemos la alarma de un coche. Cuando alguien intenta robar el coche, la alarma se dispara y la consecuencia de ello es que se puede impedir el robo. Pero si por cualquier razón hay un fallo en la alarma y se dispara ante cualquier golpecito o ruido, la alarma ya no es útil y no cumplirá la misión para la cual se construyó.

Por lo tanto, en la medida en que tengamos una respuesta de alarma ante un peligro o amenaza real resultará adaptativa y nos protegerá, pero si se produce esa misma respuesta cuando estamos ante una situación que, realmente, no constituye un peligro, o la reacción es desproporcionada a la intensidad del peligro, será desadaptativa, es decir, no tendrá utilidad y, a la larga, nos puede causar problemas.

 

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