Vivimos en una sociedad que pone el foco en los resultados y que valora el error como un obstáculo que hay que penalizar.
Hemos aprendido a considerar el error como un gran fracaso personal. Las emociones que lo acompañan son miedo, desconfianza, tensión, irritabilidad, enfado…, emociones que nos impiden disfrutar y nos llevan al inmovilismo, quedando poco espacio para la innovación y la creatividad.
Cuando nos equivocamos nos juzgamos con dureza, nos sentimos culpables, menos válidos, y tratamos de ocultarlo a los demás, o hacerlos a ellos culpables…
Y cuando son los otros los que se equivocan les consideramos irresponsables, distraídos, sin compromiso; nos enfadamos con ellos y reprochamos su comportamiento.
Pero nadie alcanza un objetivo sin haber cometido errores.
El aprendizaje es un proceso de práctica y error. Aprender algo nuevo implica exponernos, probar, explorar, equivocarnos.
Si aprendemos a mirar el error como aprendizaje no tendremos miedo a salir de nuestra zona de confort, nos atreveremos a probar cosas nuevas, a innovar. Los errores se analizan y se aprende de ellos; han de ser vistos como una parte del proceso y como una oportunidad para crecer.
Seremos capaces de extraer toda la información de aquello que nos salió mal para no volver a hacerlo de esa manera. Viviremos los errores como naturales, siendo oportunidades para mejorar. No nos sentiremos culpables, y buscaremos alternativas y soluciones. Las emociones que surgen son optimismo, ilusión, interés por explorar, valentía, confianza.
La comunicación con los demás será franca y honesta.